
Nostalgie de Madrid !   
 La glorieta de Quevedo est une place importante du quartier de Chamberí à Madrid. Au centre se trouve une sculpture de l’écrivain espagnol du Siècle d’or en marbre de Carrare, œuvre d’ Agustín Querol (1860-1909). Elle date de 1902. 
 Quatre sculptures allégoriques (la Satire, la Poésie, la Prose et l’Histoire) apparaissent sur le socle en calcaire.
 La calle de Fuencarral, la calle de San Fernando et la calle de Bravo Murillo débouchent sur cette place. La statue se trouvait primitivement Plaza de Alonso Martínez. José Ángel Valente a dédié un poème à cette statue .

A Don Francisco de Quevedo, en piedra
«cavan en mi vivir mi monumento»
Yo no sé quién te puso aquí, tan cerca 
 –alto entre los tranvías y los pájaros– 
 Francisco de Quevedo, de mi casa. 
Tampoco sé qué mano 
organizó en la piedra tu figura 
o sufragó los gastos, 
los discursos, la lápida, 
la ceremonia, en fin, de tu alzamiento. 
Porque arriba te han puesto y allí estás 
y allí, sin duda alguna, permaneces, 
imperturbable y quieto, 
igual a cada día, 
como tú nunca fuiste. 
Bajo cada mañana 
al café de la esquina, 
resonante de vida, 
y sorbo cuanto puedo 
el día que comienza.
Desde allí te contemplo en pie y en piedra, 
convidado de tal piedra que nunca 
bajarás cojeando 
de tu propia cojera 
a sentarte en la mesa que te ofrezco. 
Arriba te dejaron 
como una teoría de ti mismo, 
a ti, incansable autor de teorías 
que nunca te sirvieron 
más que para marchar como un cangrejo 
en contra de tu propio pensamiento. 
Yo me pregunto 
qué haces allá arriba, Francisco 
de Quevedo, maestro,
amigo, padre, 
con quien es grato hablar, 
difícil entenderse, 
fácil sentir lo mismo: 
cómo en el aire rompen 
un sí y un no sus poderosas armas, 
y nosotros estamos 
para siempre esperando 
la victoria que debe 
decidir nuestra suerte. 
Yo me pregunto si en la noche lenta, 
 cuando el alma desciende a ras de suelo, 
 caemos en la especie y reina 
 el sueño, te descuelgas 
 de tanta altura, dejas 
 tu máscara de piedra, 
 corres por la ciudad, 
 tientas las puertas 
 con que el hombre defi ende como puede 
 su secreta miseria
 y vas diciendo a voces:
– Fue el soy un será, pero en el polvo
 un ápice hay de amor que nunca muere. 
¿O acaso has de callar 
en tu piedra solemne, 
enmudecer también, 
caer de tus palabras, 
porque el gran dedo un día 
te avisara silencio? 
Dime qué ves desde tu altura. 
Pero tal vez lo mismo. Muros, campos, 
solar de insolaciones. Patria. Falta 
su patria a Osuna, a ti y a mí y a quien 
la necesita. 
                  Estamos 
todos igual y en idéntico amor 
podría comprenderte. 
                  Hablamos 
mucho de ti aquí abajo, y día a día 
te miro como ahora, te saludo 
en tu torre de piedra, 
tan cerca de mi casa, 
Francisco de Quevedo, que si grito 
me oirás en seguida.
Ven entonces si puedes, 
si estás vivo y me oyes 
acude a tiempo, corre 
con tu agrio amor y tu esperanza – cojo, 
mas no del lado de la vida – si eres 
el mismo de otras veces.
Poemas a Lázaro (1955-1960). Madrid, Índice, 1960 (Premio de la Crítica 1961).

